19 de noviembre de 2018, 10 de la mañana. Suena mi teléfono y contesto en inglés: «Hello, it’s Elena speaking». Al otro lado de la línea, me saluda Robert-Jan Smits. Es el artífice del Plan S, la iniciativa que quiere derribar los muros de pago de las revistas científicas y que los estudios sean de acceso abierto si han tenido financiación pública en la Unión Europea.
Robert Jan Smits es un hombre que durante los ocho últimos años ha sido Director general para la Investigación y la Innovación de la Comisión Europea. Después de varias semanas intentando dar con él, al fin puedo hacerle una entrevista telefónica. Antes de nada, me pide insistentemente disculpas.
Desde que en primavera le nombraron asesor senior de Open Access e Innovación, y le encomendaron trazar un plan para asegurarse de que la investigación financiada con fondos públicos será accesible para todos a partir de 2020, no da a basto con la cantidad de solicitudes de entrevista y consultas que recibe. «Es una locura», me dice. Pero acaba respondiéndolas todas, añade. Doy fe de que es así.
Jan Smits está desbordado porque su plan para hacer caer el muro de pago de las revistas científicas es bastante audaz. Arriesgado y temerario incluso, según señalan las voces más críticas.
Y algunos científicos europeos intentan frenarle porque les asustan las consecuencias. Consecuencias como quedarse para siempre fuera de revistas tan prestigiosas como Nature o Science, que tanto peso tienen en el currículum de un investigador.
«Pero no nos queda otro remedio», me cuenta Smits. «En la comunidad científica llevamos tres décadas debatiendo la importancia del ‘open access’, y si hurgas un poco encontrarás muchísimas declaraciones sobre la importancia de que no haya que pagar para acceder a los artículos de las revistas científicas «, subraya.
Se refiere fundamentalmente a la declaración de Budapest (2002), a la declaración de Bethesda (2003), a la declaración de Berlín (2003) y a otras cuantas que les han seguido.
Todas ellas reflexionan sobre la misma paradoja: si hay organismos públicos que esponsorizan y sostienen la investigación científica para promover la creación y difusión de nuevas ideas y conocimiento para el beneficio público, y además está claro que algo sea considerado un «hecho científico» debe publicarse, ¿cómo es que se publican en revistas de pago?
En todas se llega a la misma conclusión: urge una transición rápida y eficiente hacia la publicación de acceso abierto. Para que la ciencia esté disponible para todo el mundo. Lo malo es que también en todos los casos las medidas que se han tomado han sido idénticas: no se ha hecho prácticamente nada.
«Han pasado años y no hemos avanzado lo más mínimo en algo que unánimemente nos parece necesario a todos», se lamenta mi interlocutor.
En 2016 el asunto del ‘open access’ volvió a ponerse sobre la mesa en una reunión europea celebrada en Holanda. De allí (y de un wiki que invitaba a opinar) salió un documento aún más categórico: la Llamada a la Acción sobre Ciencia Abierta de Amsterdam. Que emplazaba a una acción inmediata para dar acceso abierto a las investigaciones pagadas con fondos públicos para el año 2020.
«En ese momento, el problema de las publicaciones científicas se elevó a un nivel político. Los ministros europeos dijeron que ya bastaba de palabrería: que había que tomar medidas», nos explica Robert Jan Smits.
¿Qué es el Plan S?
A principios de 2018, parecía que todo iba a quedarse nuevamente en aguas de borraja. Pero la situación dio un giro en abril, cuando a Smits le encomendaron hacer realidad el reto. Forzar el ‘open access’ de una vez por todas.
Así fue como parió su polémico Plan S. Un plan cuyo propósito que se resume en pocas palabras: la ciencia que se financia con dinero público debe publicarse en revistas o plataformas de acceso abierto.
Y que en esas circunstancias, «si un científico quiere publicar debe conservar el copyright de lo que publica, y no cedérselo a una editorial».
Smits asume con templanza el haberse convertido en el blanco de todas las críticas. Porque está convencido de que, aunque para muchos parece un moderno Don Quijote luchando contra molinos, alguien tiene que dar el primer paso para cambiar las cosas en el mundo de la ciencia. Y ese alguien va a ser Europa. La comunidad científica europea.
«Sé que tengo entre manos un método radical para imponer el ‘open access’, pero si no lo hacemos seguirá sin cambiar nada, lo tengo claro».
Escucharle hablar así, lo admito, me hace sentir cierto orgullo. Porque lo que el Plan S intenta desmontar es un sistema sólidamente establecido y de una ética dudosa.
«El motivo por el que se ha perpetuado el antiguo sistema es el factor de impacto de las revistas», me cuenta. Un número que mide la importancia de una revista científica teniendo en cuenta el número de veces que se citan sus artículos. Una medida endiosada. Que según declaraba hace poco el premio Nobel de Medicina Randy Schekman es la peor ‘fake new’ de la ciencia moderna. Sujeta a intereses comerciales.
«Tiene más peso dónde publicas que el contenido, y eso es nefasto»
«En el mundo académico nos hemos construido un escenario en el que, en este momento, tiene más peso dónde publicas que el contenido de lo que publicas, y eso es nefasto», se lamenta Robert-Jan Smits.
«La realidad es que en las universidades, si quieres forjarte una carrera, lo único que cuenta es si has publicado en Nature, en Science, en PNAS, en The Lancet y otras por el estilo; no importa lo más mínimo qué publicas, ni cómo le enseñas a tus alumnos, ni tampoco cuánta tecnología y conocimiento has generado para la industria, ni mucho menos cuánto empeño pones en comunicar la ciencia», añade.
Siguiendo su razonamiento, el auténtico desafío, el santo grial, es cambiar el actual sistema de medida de la «valía» de un científico quitándole todo el peso al dónde.
«En mi opinión, lo que debería contar realmente es lo que en la jerga se conoce como peer review– la revisión de pares-, porque si expertos en el tema que has trabajado miran tu investigación y dicen: ‘guau, esto es de lo mejor que he visto nunca’ significa que tu trabajo es realmente bueno, se llame como se llame la revista donde se publica», me explica Smits.
No es el único que piensa así. Hace seis años, un grupo de editores de revistas académicas se reunieron en San Francisco para revisar cómo se evalúa la calidad y el impacto de los resultados científicos. Todos coincidían en que usar el factor de impacto como medida de calidad científica ralla el absurdo.
Y publicaron una serie de recomendaciones sobre cómo cambiar las cosas, publicadas bajo el acrónimo de DORA. Pero, una vez más, esa unanimidad no fue suficiente para pasar a la acción.
“Si de verdad creemos en el ‘open access’, no podemos esperar más»
«Tenemos que darle un vuelco la cultura actual, y a veces el único modo de impulsar una transformación así es hablar es el dinero», defiende Smits.
«Si le dices a la gente: ‘lo siento, si yo te financio no te permito publicar en estas revistas’, al final la cultura cambiará». A la fuerza. «No se me ocurre otra manera de iniciar esta revolución, después de décadas de buenas intenciones y promesas infructuosas, que un proyecto radical como el Plan S».
Para los que aún dudan de su método pone otro ejemplo. «Llevamos años y años lamentando que haya menos catedráticas mujeres que catedráticos en las universidades en todo el mundo, y nada cambia. Y que se les paga menos. ¿Por qué? No tiene ningún sentido, pero no por eso deja de suceder», reflexiona. Y está convencido de que la situación no cambiará hasta que alguien intervenga, diga «ya basta» y lo pare de un modo tajante.
«Si de verdad creemos en el ‘open access’, no podemos esperar más, no podemos aguardar la reacción del resto del mundo, tenemos que ser responsables y actuar ya, como hemos hecho con el asunto del cambio climático», insiste.
«Si la única razón para colaborar con otros países era publicar en revistas caras, la situación de la ciencia es muy triste»
Aunque eso implique llevarse los primeros tortazos. Smits tiene la esperanza de que, una vez que el Plan S esté en marcha, China y Estados Unidos tomen medidas similares, y que eso fuerce a las publicaciones «de impacto» a pasarse al ‘open access’. Aunque no pone su mano en el fuego por ellas, todo hay que decirlo.
Durante la entrevista, Robert-Jan Smits me confiesa que muchos científicos han hablado con él quejándose de que a partir de 2020 no podrán hacer tantas colaboraciones internacionales con China, Japón y Estados Unidos si no pueden publicar en las revistas de más factor de impacto.
«Yo entonces les pregunto: ¿por qué habéis estado colaborando internacionalmente hasta ahora? Yo creía que era porque era para resolver problemas, para obtener mejores resultados científicos. Pero si la única razón para colaborar con otros países era publicar en revistas caras, la situación de la ciencia es muy triste». Y eso solo aviva sus ganas de intentar desmontar el «dañino» sistema actual.
«Tengo un ejemplo muy bonito, fantástico», me cuenta Smits al final de nuestra conversación, con un hilo de ilusión en la voz. «Conozco a unos científicos irlandeses que han estado trabajando en un remedio para evitar las escaras o úlceras que se les forman en la piel a los enfermos hospitalizados cuando pasan mucho tiempo en la cama.
«Hay que dejar de esconder la ciencia en revistas caras y compartirla con todo el mundo»
Pues bien, cuando consiguieron resultados les ofrecieron publicar su trabajo en la prestigiosa revista médica The Lancet. Pero rechazaron la oferta y se decantaron por la Irish Magazine of Nurses. ¿Por qué?, les preguntaban desconcertados otros investigadores. ¿Habéis perdido la cabeza?
Y ellos contestaban que quienes iban a aplicar los resultados de su trabajo eran los enfermeros y las enfermeras, y que la revista que estos profesionales leían era Irish Magazine of Nurses. Así de sencillo. Pensaron en qué podía ayudar más, y no en su currículum».
Así es como, quizás utópicamente, Smits espera que puede funcionar todo en la ciencia. «Hay que dejar de esconder el know-how de la ciencia en revistas caras y compartirlo, permitir que el conocimiento científico esté disponible para todo el mundo», concluye nuestro Don Quijote del open access.
Aunque él prefiere que no la metáfora del ingenioso hidalgo, porque «en mi país Don Quijote es una figura romántica pero triste que tiene sueños que no se cumplen; y yo tengo un sueño que creo que se hará realidad».
***
Al cierre de esta entrevista, coAlition-S activó una página web para recabar consultas públicas sobre la aplicación del open access en aquellos estudios científicos financiados con dinero público.
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